La pesadilla de Cenicienta

Dedicado a R

Apuntes para despertar y salir del cuento

Cuento escrito por Nunila, cuenta-cuentos, a petición de Júlia Massip y Chus Martínez, psicólogas del Centro de Servicios Sociales del Guinardó, para sensibilizar sobre el tema de los malos tratos a las mujeres. Editado por Ajuntament de Barcelona.

Y Cenicienta se calzó el zapato de cristal y su pie encajó perfectamente. Y se casaron, fueron muy felices y comieron perdices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado...

Pero este cuento no ha acabado. Resulta que a Cenicienta no le gustaban las perdices pero constantemente las tenía que cocinar porque eran el plato preferido del príncipe.

Cenicienta intentaba cocinarlas de todas las formas posibles, pero no siempre eran del agrado del príncipe, y éste le reprochaba. Además tenía que llevar los zapatos de cristal, que eran de tacón. A Cenicienta, siempre subida a esos zapatos, le dolía mucho la espalda. Y entre eso y estar cocinando perdices todo el día, cada vez se sentía más asqueada.

Su amado no era como ella le había imaginado. Más bien al contrario. La insultaba, la menospreciaba, la obligaba a ir con los tacones, le decía que sin ellos estaba fea, y que la comida era mala.

Cada vez estaba más triste y se preguntaba qué era lo que le estaba pasando, por qué su príncipe no era como ella había esperado siempre. ¿Sería por su culpa?

Cenicienta intentaba agradar al príncipe siempre, aunque le doliera la espalda y el alma, pero cuando no podía más se sacaba los zapatos y caminaba descalza, pero siempre a escondidas y sintiéndose culpable.

Así pasaron muchos años, en los cuales el dolor y la tristeza invadieron del todo a Cenicienta, ya que cada vez el príncipe la trataba peor.

Cuando se sentía muy mal intentaba acudir a alguien para que la consolara, pero nadie la comprendía, o le decían: “tu lugar está al lado del príncipe”.

Poco a poco dejó de quejarse, porque no valía la pena, y se fue quedando sola.

En su soledad, se fue dando cuenta de su realidad: que el príncipe la estaba maltratando y que ella no tenía la culpa de lo que estaba pasando.

Ella solo quería ser feliz con el príncipe. Pero él no cambiaría nunca, por muchas perdices que le cocinara o por muy guapa que se pusiera.

Su príncipe azul se había convertido en un ogro. Este no era el sueño que había tenido en la casa donde vivía de pequeña, cuando creía que un príncipe la salvaría.

Ahora, después de tantos años de sufrimiento, se dio cuenta de que la única que la podría salvar era ella misma.

Pero también sabía que necesitaba ayuda, así que por segunda vez en su vida invocó a la Hada. La Hada apareció enseguida y la abrazó y consoló durante horas. Durante estas horas, Cenicienta lloró y lloró todo lo que no había llorado desde hacía años. Y cuando terminó fue como si se le hubiera vaciado el alma de todas las penas y ahora tuviera que empezar a llenarla de cosas bonitas.

Epílogo:
Cenicienta lo consiguió. Dejó los tacones y las perdices y se convirtió en cocinera vegetariana. Y ahora está trabajando con otras mujeres como ella: Blancanieves y la Bella durmiente, que ya habían despertado, Caperucita roja que había dejado al cazador por violento, la Ratita presumida que había cambiado el lacito por la autoestima. Y entre todas decidieron cambiar sus papeles en los cuentos para empezar uno nuevo.

Había una vez unas mujeres que no estaban solas...

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