Y después de los 50...


Como en todas las etapas de la vida, la evolución y los cambios dependen de cada persona. Pero hay un periodo que podemos llamar como «la entrada en la madurez» ¿Cuáles son sus características?

  • A nivel profesional cada vez se siente menos la necesidad de seguir «escalando», y se tenderá a buscar la seguridad y la comodidad de una rutina ya conocida, dejando paso a los más jóvenes a las aspiraciones de ascenso, lucha, progreso y competencia.
  • Generalmente los hijos han crecido y su progresiva independencia deja más espacio para la realización personal: hay más tiempo libre para el adulto, que podrá retomar o iniciar nuevas actividades.
  • La pareja, si lleva muchos años, se ha vuelto estable, la pasión del principio desapareció hace años dando paso a una relación basada en la confianza con mucho más espacio para cada uno. Los roles están definidos y también las aficiones de cada uno, así como los espacios compartidos por los dos.
  • También hay que considerar que, cada vez hay más personas que se vuelven a emparejar o que no tienen una relación estable. Algunas personas, llegadas a esta etapa, aún piensan que encontrar pareja se basa en tener una apariencia física muy atractiva. El cuerpo no es el mismo, el atractivo es diferente y hay personas que sufren mucho por no aceptar los cambios de su aspecto.
  • La persona se va «serenando». Se van aceptando las limitaciones, tanto de la propia vida como del cuerpo. Las energías van menguando y con ellas el impulso emprendedor. Cada vez cuesta más empezar cosas nuevas y en todo caso las aficiones serán cada vez más «tranquilas». Esto implica renunciar a ciertos ideales y comporta a menudo dificultad, sensación de «envejecimiento», de que «se escapa el tren».
  • Los valores también van variando: la experimentación, el riesgo, la adrenalina, el afán por descubrir cosas nuevas, van dando paso a la comprensión, el respeto a sí mismo y a una valoración de lo que ya se ha vivido, a la obra realizada. Algunas veces cuesta mucho aceptar estos cambios y la persona puede caer en un afán desmesurado de «demostrar que aún vale», intentar aparentar menos edad de la que se tiene, etc.
  • Poco a poco se va aceptando la transitoriedad (que estamos en este mundo «de paso»). En algún momento sentimos que hemos de hacer alguna cosa que trascienda cuando nosotros ya no estemos.
  • También es frecuente en esta etapa desarrollar un resentimiento contra todo lo nuevo y contra los jóvenes. Surgen prejuicios hacia la juventud, que no son más que síntomas de una cierta «envidia de lo joven» y una dificultad para aceptar el propio envejecimiento y de valorar la propia experiencia y todo lo que se ha conseguido en la vida.

 


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